el edificio de Rambla Catalunya 86, la casa Francesc Farreras, tiene 113 años de historia, cinco pisos y una borla de polvo que da vueltas en una esquina de la entrada.
entre el segundo y el tercer piso, un peldaño de las escaleras de mármol blanco está quebrado. en 1912, la señorita Guerrero, el ama de llaves del cuarto piso, tropezó, por las prisas, al bajar a darle al doctor el maletín que se había olvidado en la casa. el Vademécum tuvo lo culpa del escalón mellado.
en la puerta del primer piso, la madera alrededor de la cerradura tiene grietas repintadas. la primavera de 1902 el señor Homs estrenó piso y esposa. una mañana volviendo de su paseo habitual, se hallaron en el rellano y con las llaves al otro lado de la puerta. ni el abrecartas del señor Alonso ni su mejor cuchillo consiguieron abrirla.
arriba, en la azotea, en 1981 la señora Gentile pasó la mayor parte de las horas de sol tumbada sobre una hamaca metálica, blanca, con un estampado de verdes, rojos y naranjas. un jueves parcialmente nublado descubrió al vecino del edificio de enfrente espiándole, indiscreto, con los binoculares que su mujer se llevaba cada tarde de sábado al teatro.
hoy, a estas horas, aún hay luz en el ático. se oyen chascarrillos que se mezclan con el olor a refrito que sube desde las terrazas de la Rambla. les queda aún para unas horas más, aunque Lola, la portera, ya haya cerrado. y aunque la borla de polvo dé vueltas ahora bajo un banco, también centenario, de Paseo de Gracia.